Estoy en el albergue Municipal de
Zaragoza, me quedan diez días para cobrar y buscarme una habitación donde
vivir; así que no hay más remedio que esperar, mientras me voy buscando ya
algo.
La vida en un albergue puede ser una experiencia sociológica; gente de
muy diversa condición convive bajo un mismo patrón: todos son pobres y cuando
digo pobres quiero decir pobres de solemnidad. Está el que intenta vender lo
invendible, un rumano con mucha labia que cuando habla de un español con un
compatriota suyo, dice: el portugués este. También el que discute consigo
mismo, de hecho un alto porcentaje de personas que pululan por aquí tienen
algún problema mental.
El gitano que abronca a otro gitano por dormir boca
arriba. Los carrilanos en su peculiar parada y fonda. Hay que explicar que los
carrilanos son los que viven en la calle y que de vez en cuando pasan un tiempo
en un albergue o se apuntan a las comidas. Está el que recoge las colillas para
deshacerlas y liarse cigarrillos y también los que recogen estas mismas
colillas con tabaco tres veces reutilizado.
El que mira en las papeleras. El
que echa el día en la sala durmiendo o viendo una peli del Oeste de esas de
trece TV.
Todos tienen móvil, aunque sólo sea pare jugar
con él y por supuesto a nadie le falta un mechero, en un albergue nadie pide
fuego.
Cuando no sesteaba con las pelis
me quedaba en el patio a la sombra, absorto por todo lo que oía y veía. Nada
fuera de lo corriente, por otro lado. Es el estado en el que estás el que te
acerca a los demás. Soy uno cualquiera aquí y, ¿qué podrían decir los demás de
mí? No juzgues si no quieres ser juzgado dicen y así es. Yo me pasaba las horas
apurando mis cigarrillos de liar que traía de Ocaña, último sitio en el que
había estado y que estaban impregnados de chocolate, para no tenerlo que quemar
cada vez. Esto es lo que me quedó, un bote de Camel antes de verme otra vez sin
un duro en la calle. Si te pedían un cigarro no dabas y ya está.
Alguna mañana iba a pasear por la
ciudad, mirando habitaciones como decía. Zaragoza es una ciudad no tan pequeña y muy “apañá”, sin embargo mi intención no era
la de quedarme a vivir allí por mucho tiempo, sólo un mes para arreglar mis
finanzas, (que bien suena lo de finanzas cuando cobras poco más de 800€ al
mes). Después me iría a Huesca, seguramente, donde la vida debía ser más
barata.
Desde que salí del hospital,
hacía ya dos meses, mi cabeza funcionaba mejor, solo unos pequeños delirios o
el recuerdo que de ellos perduraba y me
sentía fuerte para continuar. Una cosa creía tener claro: no iba a volver a
Valencia, al menos de momento. Pero la situación dio un vuelco inesperado,
conocí a una mujer y empecé a trabar planes con ella. Siempre me pasa lo mismo,
veo a una mujer a solas hablándole a una taza de café con leche y me “quedo”
con ella, pero con esta no me quedé, escapé por piernas , además como ya he
dicho en alguna ocasión la ternura que sentía y siento por mi madre, ahora que
ya me encontraba mejor, afloró. Ya había considerado volver a casa con
anterioridad, ahora estaba seguro, emprendería una nueva vida en Valencia. No
estoy orgulloso de este episodio de mi vida, como tampoco lo estoy de otros:
definitivamente soy un macarra y soy un hortera y ya no voy a toda hostia por
la carretera.
FIN.
Roberto
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