FALLA CENTRO MUSEO 2019 |
SOY UN MACARRA, SOY UN HORTERA
Estoy en el albergue Municipal de
Zaragoza, me quedan diez días para cobrar y buscarme una habitación donde
vivir; así que no hay más remedio que esperar, mientras me voy buscando ya
algo.
La vida en un albergue puede ser una experiencia sociológica; gente de
muy diversa condición convive bajo un mismo patrón: todos son pobres y cuando
digo pobres quiero decir pobres de solemnidad. Está el que intenta vender lo
invendible, un rumano con mucha labia que cuando habla de un español con un
compatriota suyo, dice: el portugués este. También el que discute consigo
mismo, de hecho un alto porcentaje de personas que pululan por aquí tienen
algún problema mental.
El gitano que abronca a otro gitano por dormir boca
arriba. Los carrilanos en su peculiar parada y fonda. Hay que explicar que los
carrilanos son los que viven en la calle y que de vez en cuando pasan un tiempo
en un albergue o se apuntan a las comidas. Está el que recoge las colillas para
deshacerlas y liarse cigarrillos y también los que recogen estas mismas
colillas con tabaco tres veces reutilizado.
El que mira en las papeleras. El
que echa el día en la sala durmiendo o viendo una peli del Oeste de esas de
trece TV.
Todos tienen móvil, aunque sólo sea pare jugar
con él y por supuesto a nadie le falta un mechero, en un albergue nadie pide
fuego.
Cuando no sesteaba con las pelis
me quedaba en el patio a la sombra, absorto por todo lo que oía y veía. Nada
fuera de lo corriente, por otro lado. Es el estado en el que estás el que te
acerca a los demás. Soy uno cualquiera aquí y, ¿qué podrían decir los demás de
mí? No juzgues si no quieres ser juzgado dicen y así es. Yo me pasaba las horas
apurando mis cigarrillos de liar que traía de Ocaña, último sitio en el que
había estado y que estaban impregnados de chocolate, para no tenerlo que quemar
cada vez. Esto es lo que me quedó, un bote de Camel antes de verme otra vez sin
un duro en la calle. Si te pedían un cigarro no dabas y ya está.
Alguna mañana iba a pasear por la
ciudad, mirando habitaciones como decía. Zaragoza es una ciudad no tan pequeña y muy “apañá”, sin embargo mi intención no era
la de quedarme a vivir allí por mucho tiempo, sólo un mes para arreglar mis
finanzas, (que bien suena lo de finanzas cuando cobras poco más de 800€ al
mes). Después me iría a Huesca, seguramente, donde la vida debía ser más
barata.
Desde que salí del hospital,
hacía ya dos meses, mi cabeza funcionaba mejor, solo unos pequeños delirios o
el recuerdo que de ellos perduraba y me
sentía fuerte para continuar. Una cosa creía tener claro: no iba a volver a
Valencia, al menos de momento. Pero la situación dio un vuelco inesperado,
conocí a una mujer y empecé a trabar planes con ella. Siempre me pasa lo mismo,
veo a una mujer a solas hablándole a una taza de café con leche y me “quedo”
con ella, pero con esta no me quedé, escapé por piernas , además como ya he
dicho en alguna ocasión la ternura que sentía y siento por mi madre, ahora que
ya me encontraba mejor, afloró. Ya había considerado volver a casa con
anterioridad, ahora estaba seguro, emprendería una nueva vida en Valencia. No
estoy orgulloso de este episodio de mi vida, como tampoco lo estoy de otros:
definitivamente soy un macarra y soy un hortera y ya no voy a toda hostia por
la carretera.
FIN.
Roberto
SOY METÁLICO
Un
colega me pasa una pava que fumo y me hace toser y alucinar en blanco, sin
prisa por salir de este viaje.
Tengo
sed y bebo agua de los aspersores y estoy en un parque de una gran ciudad. La
negra cubana aparece y desaparece y bebe una litrona de cerveza recalentada.
Está frente a la diosa pagana coronada de hidras en la frente , en la que yo,
iniciáticamente, me bañaría desnudo por la noche.
Estoy
perdido y ya ligero de equipaje por dejarme robar la bolsa con la que cargaba;
mientras pegaba patadas a una piedra, distraídamente, vi como el ladrón se
deslizaba camino abajo de la ladera. Mejor no llevar peso, además casi toda la
ropa era de invierno y estamos en julio y el calor es seco e intenso.
Sí,
estoy perdido en el sentido de que no sé adónde ir, ni que haré hasta que cobre
la paga. Y no siento tanto el calor, mi cabeza va a mil y mis piernas, muy
ligeras me llevarán según sus órdenes.
En
esta ciudad no hay una “ puta fuente “ , así que, pierdo la vergüenza y pido
vasos de agua fresca en los bares . Ya es de noche y los perros ladran y yo
grito a pulmón abierto: “ LOS PERROS NO LADRAN “, y de repente todos callan al
unísono.
Bebo
de una fuente de agua estancada y noto como se me hinchan las venas de la cara.
Sin duda tengo fiebre. Trato de dormir y el amanecer me regala un nuevo día de
libertad.
Ahora
me encuentro en otro parque más pequeño y me parece que todos los que corren
por él tienen diversidad funcional. Se les ve hacer footing con tesón y todos
son iguales y distintos a la vez. Bebo un trago de un tetrabrik, creyendo que
era de vino y era gazpacho…,mala suerte.
Sigo
a la gente como si me fuesen indicando el camino a seguir para encontrar un
lugar que desconozco. Pero trato de que nadie sospeche de mi locura. Bueno,
excepto cuando me metí con una chica en su portal, menudo susto nos llevamos
los dos y yo más cuando ella me reconoció, mientras paseaba con su pareja; casi
me da unas “ hostias “.
Otra
noche en la alameda, en mi banco favorito. Un coche patrulla está aparcado
frente a mí y hasta para ellos soy invisible. Como bolitas de arroz que me
ofrece un voluntario. Y, los perros no ladran. FIN. Roberto,
EL PINTOR DE ALMAS POR ILDEFONSO FALCONES
LIBRO ILDEFONSO FALCONES LA CATEDRAL DEL MAR |
El Pintor de Almas de Idelfonso Falcones
Idelfonso Falcones triunfó con La Catedral del Mar que ha sido llevada a
la televisión y publicada en más de
cuarenta países. Mientras escribía El Pintor de Almas comenzó a padecer cáncer,
lo que, lejos de hacerlo venirse abajo, le animó a seguir trabajando a pesar de
su grave enfermedad.
El Pintor de Almas narra el periplo entre la lucidez y la desgracia de
Dalmau Salas, experto ceramista en la Barcelona del Modernismo y diseñador de
cerámica para la fábrica de don Manuel Bello. A la vez que el Señor Bello
deviene mecenas de su obra pictórica, la droga, en concreto la morfina, irrumpe
en la vida de Dalmau a la vez que éste renuncia a sus ideales anarquistas para,
una vez finalizada su relación con Emma, inicia una vorágine de destrucción
basada en el puro sexo con la hija mayor
de don Manuel, Úrsula. Dalmau cae en
desgracia cuando Úrsula pierde la vida al inyectarse una sobredosis de morfina
por cuenta propia.
Emma, anterior pareja de Dalmau, es expulsada de su trabajo en un casa de
comidas a raíz de la difusión de unos retratos al desnudo suyos hechos por
Dalmau y difundidos por dos trinxeraires (o niños de la calle). A partir de ahí
inicia una debacle que acabará con su parcial prostitución a cambio de un trabajo
más estable como cocinera en la denominada Casa del Pueblo del partido
republicano. Emma tiene que sobrevivir como viuda con su hija Julia en casa de
Josefa, la madre de Dalmau, de marcada raigambre anarquista y madre además de
Monserrat. Monserrat había sido la mejor amiga de Emma hasta que la policía en
una carga contra obreras y ante el estupor e impotencia de Emma pierde la vida.
Tras la semana trágica de Barcelona Emma y Dalmau huyen a París donde
Dalmau triunfa como artista. Pero con la proclamación de la Segunda República
vuielven a Barcelona a una exposición y triunfa como artista en la Casa del
Pueblo.
El Pintor de Almas nos transporta a una época de lucha encarnizada entre la
clase obrera, oprimida, y la burguesía emergente que vivía en la opulencia y
que detentaba el poder junto con la Iglesia Católica. Una época de clamor
obrero y detenciones en masa de obreros y obreras que pugnaban por hacer valer
sus derechos como clase trabajadora.
ENCERRADO EN MI HABITACIÓN
ENCERRADO EN MI HABITACIÓN
Encerrado en mi habitación
Es la hora de ir a comprar, me visto rápidamente, cojo
dinero y doy un último vistazo al cuarto; la cuchara, apoyada en la mesita gira
sobre si misma 360 grados dejando caer restos de polvo blanco; lo interpreto
como una señal; no me conviene consumir más.
El calor en la cama es insoportable, estoy completamente
empapado en sudor, me ducho y al refrescarme observo que no tengo salida, que
no sé lo que hacer. Así paso tres meses,
ya estoy limpio y a pesar de todo lo que como, que es
mucho,continuo adelgazando.
Los últimos días antes de mi partida fueron los peores; las
crisis de pánico apenas duraban unos segundos, pero te hacían sentir como
muerto en vida. Eso sin hablar de los sueños mesiánicos. Al fin parto el 25 de
junio; dejo la habitación, preparo una maleta con la poca ropa que conservo y
me dirijo a la estación sin saber a dónde
ir. Elijo Cuenca como destino.
Aquí he de despegar, me digo. Hago turismo,me compro algo de
ropa y me alojo en un hostal que cuelga
sobre una pared de piedra. Me apetece consumir, pero he de salir de esto
después de tantos años y de tanta recuperación. Voy a por todas; no sé lo que
habrá al final del tunel pero voy a atravesarlo aunque sea a ciegas.
Ahora me encuentro en Aranjuez; cuando muera solo quiero oir
el concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo como música de fondo, antes de que
me convierta en cenizas. Vago por las calles, me pillo unos porros, que me
sientan bien.La pregunta es qué voy a hacer; empezaría una nueva vida aquí o en
otro sitio y esto me mantiene contento. Hace seis meses que no contacto con la
familia, aunque no es la primera vez, ni mucho menos. Decido establecerme en
Madrid, pero algo me dice que nada va a cambiar y que ahora que no tomo puedo
reemprender un nuevo acercamiento.
Tras un breve paso
por Zaragoza, donde viví una curiosa experiencia que en otro artículo contaré,
regreso a casa, alquilo una habitación y empiezo de cero por primera vez en mi
vida.
Roberto.
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